Podemos aprovecharnos también en el camino de nuestra santificación de una ayuda de tipo puramente fisiológico: nuestro propio temperamento, mejorando sus buenas disposiciones y corrigiendo en lo posible sus defectos.
Naturalmente que esto concurre muy de lejos a nuestra santificación, en un plano puramente dispositivo y meramente natural; pero no deja de tener su importancia, al menos negativa, removiendo obstáculos (ut removens prohibens).
Vamos, pues, a estudiar la naturaleza, clasificación y medios de perfeccionar el temperamento.
Naturaleza de los temperamentos
Naturaleza.
Hay una gran diversidad de opiniones entre los autores acerca de la naturaleza y clasificación de los temperamentos. Nosotros vamos a recoger aquí la doctrina más comúnmente admitida, dándole una orientación eminentemente práctica.
Definición de temperamento:
El temperamento es el conjunto de inclinaciones íntimas que brotan de la constitución fisiológica de un ser humano.
Es la característica dinámica de cada individuo, que resulta del predominio fisiológico de un sistema orgánico, como el nervioso o el sanguíneo, o de un humor, como la bilis o la linfa.
Como se ve por estas nociones, el temperamento es algo innato en el individuo. Es la índole natural, o sea, algo que la naturaleza nos impone.
Por lo mismo, no desaparece enteramente nunca: “genio y figura hasta la sepultura”; pero una educación oportuna y, sobre todo, la fuerza sobrenatural de la gracia, pueden, si no transformarlo totalmente, al menos, reducir sus estridencias y aun suprimir del todo sus manifestaciones exteriores.
Testigo de ello -entre otros mil-, San Francisco de Sales, que ha pasado a la posteridad con el nombre de “santo de la dulzura” a pesar de su temperamento fuertemente colérico.
Clasificación de los temperamentos
Después de mil tentativas y ensayos, los tratadistas modernos vuelven a la clasificación de los antiguos clásicos, que parece traer su origen del propio Hipócrates.
Según ella, los temperamentos fundamentales son cuatro: el sanguíneo, nervioso, colérico y flemático, según predomine en ellos la constitución fisiológica que su mismo nombre indica.
Vamos a recoger las características principales de cada uno de ellos. Pero antes es preciso advertir que ninguno de los temperamentos que vamos a describir existe «químicamente puro» en la realidad; generalmente se hallan mezclados y además presentan grados muy diversos.
Así, los flemáticos nunca lo son del todo, sino que se encuentran en ellos muchos rasgos de sensibilidad; los sanguíneos tienen, a veces, cualidades propias del nervioso, etc.
Se trata únicamente de algo predominante en la constitución fisiológica de un individuo. Es menester tener muy en cuenta esta observación para evitar un juicio prematuro al descubrir en seguida algunos rasgos propios de un determinado temperamento, que podría estar muy lejos de la objetiva realidad.
Vamos ahora a la descripción detallada de cada uno de ellos. Seguimos principalmente a Conrado Hock y a J. Guibert, de los que citamos, a veces, sus propias palabras.
Temperamento colérico.
1) Características especiales con relación a la excitabilidad.
EI colérico se excita pronto y violentamente. Reacciona al instante. Pero le impresión la queda en el alma por mucho tiempo.
2) Buenas cualidades.
Actividad, entendimiento agudo, voluntad fuerte, concentración, constancia, magnanimidad, liberalidad: he ahí las excelentes prendas de este temperamento riquísimo.
Los coléricos, o biliosos, son los grandes apasionados y voluntariosos. Prácticos, despejados, más bien que teóricos, son más inclinados a obrar que a pensar.
El reposo y la inacción repugnan a su naturaleza. Siempre están acariciando en su espíritu algún proyecto grande. Apenas se han propuesto un fin, ponen manos a la obra, sin arredrarse por las dificultades.
Entre ellos abundan los jefes, los conquistadores, los grandes apóstoles.
Son hombres de gobierno. No son de los que dejan para mañana lo que deberían hacer hoy, más bien hacen hoy lo que deberían dejar para mañana.
Si surgen obstáculos e inconvenientes, se esfuerzan en superarlos y vencerlos.
A pesar de sus ímpetus irascibles, cuando logran reprimirlos por la virtud alcanzan una suavidad y dulzura de la mejor ley. Tales fueron San Pablo Apóstol, San Jerónimo, San Ignacio de Loyola y San Francisco de Sales.
3) Malas cualidades.
La tenacidad de su carácter les hace propensos a la dureza, obstinación, insensibilidad, ira y orgullo. Si se les resiste y contradice, se tornan violentos y crueles, a menos que la virtud cristiana modere sus inclinaciones. Vencidos, guardan el odio en su corazón hasta que suene la hora de la venganza.
Por lo general son ambiciosos y tienden al mando y a la gloria. Tienen más paciencia que el sanguíneo, pero no conocen tanto la delicadeza de sentimientos, comprenden menos el dolor de los demás, tienen en sus relaciones un tacto menos fino.
Sus pasiones fuertes e impetuosas ahogan esas afecciones dulces y esos sacrificios desinteresados que brotan espontáneamente de un corazón sensible.
Su fiebre de actividad y su ardiente deseo de conseguir lo que se proponen les hace pisotear violentamente todo lo que les retarda y aparecen ante los demás como unos egoístas sin corazón.
Tratan a los otros con una altanería que puede llegar hasta la crueldad. Todo debe doblegarse ante ellos, El único derecho que reconocen es la satisfacción de sus apetitos y la realización de sus designios.
4) Educación del colérico.
Tales hombres serían de un precio inestimable si supieran dominarse y gobernar sus energías. Con relativa facilidad llegarían a las más altas cumbres de la perfección cristiana.
Muchísimos santos canonizados por la Iglesia poseían este temperamento.
En sus manos, las obras más difíciles llegan a feliz término. Por eso, cuando logran encauzar sus energías son tenaces y perseverantes en los caminos del bien y no cejan en su empeño hasta alcanzar las alturas más elevadas.
Hay que aconsejarles que sean dueños de sí mismos, que no obren precipitadamente, que desconfíen de sus primeros movimientos.
Hay que llevarles a la verdadera humildad de corazón, a compadecerse de los débiles, a no humillar ni atropellar a nadie, a no dejar sentir con violencia su propia superioridad, a tratar a todos con suavidad y dulzura.
Temperamento flemático.
1) Características esenciales con relación a la excitabilidad.
El flemático, o no se excita nunca o lo hace tan sólo débilmente. La reacción es asimismo débil, si es que no llega a faltar por completo.
Las impresiones recibidas desaparecen pronto y no dejan huella en su alma.
2) Buenas cualidades.
EI flemático trabaja despacio, pero asiduamente, con tal de que no se exija de él un esfuerzo intelectual demasiado grande.
No se irrita fácilmente por insultos, fracasos o enfermedades. Permanece tranquilo, sosegado, discreto y juicioso.
Es sobrio y tiene un buen sentido práctico de la vida.
No conoce las pasiones vivas del sanguíneo, ni las profundas del nervioso, ni las ardientes del colérico; diríase que carece en absoluto de pasiones.
Su lenguaje es claro, ordenado, justo, positivo; más que colorido, tiene energía y atractivo.
El trabajo científico, fruto de una larga paciencia y de investigaciones concienzudas, le conviene mejor que grandes producciones originales.
El corazón es bueno, pero parece frío. Se sacrificará hasta el heroísmo si es preciso; pero le falta entusiasmo y espontaneidad, porque su naturaleza es indolente y reservada.
Es prudente, sensato, reflexivo, obra con seguridad, llega a sus fines sin violencia, porque aparta los obstáculos en lugar de romperlos.
A veces su inteligencia es muy clara.
Físicamente, el flemático es de rostro amable, de cuerpo robusto, de andar lento y parsimonioso.
Santo Tomás de Aquino poseyó los mejores elementos de este temperamento, llevando a cabo un trabajo colosal con serenidad y calma imperturbables.
3) Malas cualidades.
Su calma y lentitud le hacen perder muy buenas ocasiones, porque tarda demasiado en ponerse en marcha.
No se interesa mayormente por lo que pasa fuera de él. Vive para sí mismo, en una especie de concentración egoísta.
No vale para el mando y el gobierno.
No es aficionado a la penitencia y mortificación. En los casos más agudos se convierten en hombres átonos, dormilones y vagos, completamente insensibles a las voces de orden superior que podrían sacarles de su letargo.
4) Educación del flemático.
Puede sacarse mucho partido del flemático si se le inculcan convicciones profundas y se le exigen esfuerzos metódicos y constantes hacia la perfección.
Despacio, llegará muy lejos. Pero hay que sacudirle de su letargo e indolencia, empujarle hacia las alturas, encender en su corazón apático la llamarada de un gran ideal.
Hay que llevarle al pleno dominio de sí mismo, pero no como al colérico -conteniéndose y moderándose-, sino, al contrario, excitándole y empleando sus fuerzas adormecidas.
Extraído de “Teología de la Perfección Cristiana” del Padre Antonio Royo Marín O.P.
Adaptado por el Padre Ricardo del Campo.